martes, 3 de mayo de 2011

... se puede?

A nosotros nos parece que sí. Que en el tejido urbano de Barcelona ( y de muchas ciudades mediterráneas), entre la calle (100% publico) y la vivienda (100% privado) hay un lugar privilegiado. Donde sentarse a leer. A reparar esa silla que cruje. A recoger los tomates. A ver la final de la champions con el vecino del tercero...
No es ninguna novedad. Aún recuerdo algún verano con mi abuela en la azotea de su piso de la calle Olivo (ahora Olivera). Para Sant Joan, los vecinos retiraban la ropa tendida, subían la coca y el champán (aún no se había inventado el cava) y los niños encendíamos bengalas, y mirábamos los fuegos artificiales con un punto de envidia, tratando de no hacer comparaciones.
En algún momento, todo eso se esfumó. La gente empezó a creer que lo moderno era salir de la ciudad en su utilitario, que la azotea era mejor tenerla cerrada a cal y canto, no fuera que se estropease. Y que, para lo que había que hacer en Barcelona, 3 habitaciones en 80 metros cuadrados eran más que suficientes...
Años más tarde, la salvaje voracidad inmobiliaria llenó los viejos pisos de nuevos habitantes, que veian cómo la única opción de quedarse en la ciudad pasaba por vivir sin ascensor, y gastarse un dineral en rehabilitar una vivienda que tardarian 30 años o más en pagar.
Y resultó que no se estaba tan mal. Que vivir en un barrio denso tenía sus ventajas: comercios, gente, escuelas. Y que el aroma de la vida al aire libre estaba más cerca de lo que pensábamos...






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